Montecarlo está en una pequeña depresión de la escarpada Costa Azul, por lo que no muy tarde el sol deja de incidir directamente sobre la ciudad. En los jardines de los Boulingrins, frente al Casino, los chorros de agua de una fuente son capaces de atrapar un poco de luz antes de que el sol se oculte definitivamente tras las montañas.
Un rincón escondido... silencioso... donde sólo pasan los cuatro vecinos y tres palomas. En Tarragona, cerca de la casa sin puerta.
Cruzando los inmensos océanos o las extensas llanuras, dejamos huella donde haya vida.
Una simple ida de olla. No hacerme mucho caso.
Llegué a Montecarlo con la idea preconcebida de que se trataba una ciudad llena de cochazos de lujo y despampanantes y glamourosas mujeres de bandera.
Lo intenté por todos los medios, lo juro... pero me fue imposible plasmar en la foto el aroma a sardinas asadas que envolvía este escondido rincón de Lisboa. Y no había nadie porque aún era pronto y hacía frío, no por otra cosa.
